Edmund Tarbell

Si deseas comprender la vida, deja de creer lo que la gente dice y escribe y, por el contrario, observa y piensa. (Anton Chéjov)
La vida es fascinante, sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas. (Alexandre Dumas)
Es curioso que la vida, cuanto más vacía es, más pesa. (León Daudi)


domingo, 8 de julio de 2007

Hazme dormir para siempre

             Mark Clark
 
La calle plomiza, recta, fría como un cementerio.
Los árboles encorvados, desnudos.
A lo lejos, el aullido de un perro.
Más próximo, la tos cavernosa de un viejo.
“Ya sabes, ¿no? Cincuenta un completo”.

De un portal irrumpe el llanto escocido de un niño.
En el cielo, las nubes bogando sobre el desconsuelo.
Se tumbó en la cama, y lenta, sin prisa,
deslizó hacia abajo su mínima prenda muy fina.
Sarabi temblaba, yacía muy quieta.
Sus manos aferradas a la colchoneta.

El hombre gritó:
“¡Joder, tía!  ¿Estás muerta?
¡Espabila, coño, que me cuestas pelas!”
Aquel cuerpo húmedo que la cabalgaba,
Abatiendo en ella su barriga grasa,
Parecía asfixiarla.

¡Qué maldito tipo! ¡Qué asco le daba!
Y el cerdo sudaba, aullaba, gruñía,
Expelía tal fétido hedor que hasta las entrañas se le revolvían.
¡Maldita sea! ¿Por qué?
Gritó el impulso fuerte de la raza negra.
¿Por qué tengo que pasar por esto?

Cuando se enmaraña la vista en los ojos del cerdo,
Y el volcán irrumpe con violentos jadeos,
Sarabi pensó en su país tan distante y tan pobre.
Y en sus hijos, y en su madre que tanto le inculcó el respeto.
Y pensó lo que aún le debía
A la puta mafia que la estaba exprimiendo.

Y temió no volver nunca a su gente, a su pueblo.  
Y se sintió vieja, débil, se sintió muriendo.
Y odió el sudor mordiente que le lastimaba.
Odió el pegajoso aliento que invadió su cara.
Odió al mundo, a la vida, al puto dinero...
Se odió a sí misma.
El hombre se apartó de ella como en un abandono.
Comenzó a vestirse, se enjuagó la geta,
Y con gesto hostil salió por la puerta.
¡Oh, golpéame, dolor! ¡Toma, aquí tienes mi vientre!
¡Clava tu dardo de veneno y hazme dormir, maldita sea!
¡Hazme dormir para siempre!

Y en aquel cuartucho,
Con los restos del macho pegado a su piel,
Y su negra melena revuelta,
Sarabi contempló la luna menuda y brillante;
Y esbozando una necia sonrisa,
Entre la oquedad de una sombra funesta,
Absorbió los vahos limpios de la tierra.


                Maite García Romero


 (23 de marzo de 2006)