de sueños incomprendidos, de agonía y lamentos.
Y aquí, sola en mi orilla,
aislada y enlazada a mi ardiente laberinto,
no le temo a la penumbra que contemplo
ni a las nubes que despliegan sobre mí
el paso del silencio
ni al estandarte que intenta alinearme
con la bandada de pájaros siniestros,
uniformados de oro pero de lata sus cuerpos.
¡No quiero cruzar a esa orilla!
¡No! ¡Dejadme aquí!
Que ya oigo cantar a la vida.
Que ya intuyo en mí un nuevo nacimiento.
Maite García Romero
23/05/1997