Edmund Tarbell

Si deseas comprender la vida, deja de creer lo que la gente dice y escribe y, por el contrario, observa y piensa. (Anton Chéjov)
La vida es fascinante, sólo hay que mirarla a través de las gafas correctas. (Alexandre Dumas)
Es curioso que la vida, cuanto más vacía es, más pesa. (León Daudi)


miércoles, 20 de julio de 2011

TENED PACIENCIA, HIJOS

Óleo de eugene Carriére (La ternura)





















Tened paciencia, hijos,
cuando llegue el día en que hablando me repita;
cuando mi memoria sólo sea un puente sobre el vacío;
cuando mi oído se quede atrás,
cuando confunda los tallos de rosas con las ramas de olivos.

Tened paciencia, hijos,
cuando mis pasos torpes demoren el avance del camino;
cuando mi rostro ausente indique que mi mente ha enmudecido;
si me notáis asustada, temblona, silenciosa,
si me veis buscando algo en el aire oscurecido.

Tened paciencia, hijos,
si veis que entre la gente la soledad me abisma;
si mi salud rebasa el embate de dolencias;
si voy lenta al vestirme, al dibujar mis labios, mis ojos,
el borde marchitado de mis cejas.

Tened paciencia, hijos,
cuando a veces os parezca atrevida, inoportuna o indiscreta;
cuando quiera saltarme la mesura y gritar a los cuatro vientos:
¡Ya no me importa el tumulto de esta vida!
Estoy curtida en la batalla
¡Libre en las nubes legendarias de mi tiempo!

Tened paciencia, hijos,
entenderme, miradme comprensivos,
no quisiera ser nunca una carga en vuestra vida
ni convertirme en un guiñapo triste ni en una vida mortecina;
quisiera poder seguir cantando,
riendo con el alma,
quisiera poner luz en cada noche compacta y abatida.

Tened paciencia, hijos,
respetad mi deseo cuando anhele un tranquilo descanso
sin reproches, sin angustia, sin llanto,
que aunque en el silencio azul de mi retiro
mis labios no alcancen a besaros y mi cerebro tardo ya no acierte,
este corazón mío os seguirá amando aún después de la muerte

     Maite García Romero
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viernes, 6 de febrero de 2009

¡QUÉ MUNDO ENLOQUECIDO!

















Escuchad
Ya comienza de nuevo el combate,
la locura infame que mata la muerte,
la oquedad incierta, oscura,
la perenne ceguera del hombre

Escuchad...
Escuchad como clama esa gente,
cómo tiemblan de frío, de miedo, de hambre,
cómo empapa la tierra esa sangre de niños,
cómo gritan las madres.

Escuchad...
Escuchad que erupción de dolor y de furia
que en la noche infernal la polvareda abraza;
que de llantos helados de críos,
qué reguero de agonía, de angustia,
de vidas desgarradas.

¡Qué mundo enloquecido! ¡Dios! ¡Qué mundo!

¿Por qué se abona la tierra con tanto sufrimiento?
¿Por qué esta absurda masacre?
¿Puede acaso un régimen o credo
justificar la muerte de un solo inocente?

¡No más crímenes de guerra!
¡No a la hoguera insaciable de intereses!
Que lo primero a combatir sea la intolerancia
y que a través de una reflexión profunda y seria
decidamos apoyar realmente la Paz.
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Maite García Romero
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miércoles, 4 de junio de 2008

MADRE TITULADA

1er. Premio Concurso Poesía 25/02/2013 Junta Andalucía de Jaén
Óleo de Breton





















Recuerdo una noche, que viendo un debate por televisión relacionado con el rol que la mujer había desempeñado en el xiglo XX y en el que participaban mujeres de diferentes escalas social y cultural, llamó mi atención y me sublevó, según lo estaba escuchando, ver como se les calificaba despectivamente de “marujonas”, a tres de las que compartían el plató.  Estas eran mujeres sencillas, que nunca pudieron pensar en sí mismas. Mujeres que habían llevado una vida dura de trabajo y sacrificio, con tal de que el día de mañana sus hijos estuviesen cualificados para adquirir una posición, que ni siquiera en sueño imaginaron para sí mismas, y que, como muchas otras, fueron castigadas por una educación sexista y una miseria económica, que les obligó a trabajar antes de abandonar la niñez y que, en muchos casos, ni siquiera llegaron a pisar un colegio.
Al cabo de los años, estas mujeres, sumergidas en una sociedad de consumo y competitividad en la que nacieron sus hijos, se las vieron y se las desearon para darles una amplia educación y una vida lo más confortable posible. Actualmente, todas ellas ya mayores, cansadas y solas, son mayoría en las clases para adultos.
A la mañana siguiente, lo primero que hice fue sentarme ante el ordenador, y comenzar a escribir lo que había estado pululando en mi mente durante toda la noche.
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MADRE TITULADA

El día que me casé que ilusionada yo estaba.
Entré feliz en la iglesia,
a todos yo sonreía.
Inmaculado el tul del velo que me cubría.
Mi virginidad intacta, tal como se nos exigía.

Después en la noche de boda, que extraño aquello me fue,
y eso que unos días antes a mi madre pregunté:
“Mamá, en esa noche de boda, dime: ¿Que debo yo hacer?”
¡Nada, niña! ¡Que una mujer con decencia
de eso nunca ha de saber!"

Y como no supe nada.
al mes siguiente preñada y al año volví a caer.
Siguieron los embarazos, parir una y otra vez.
mis pechos amamantando, y después de un descanso,
¡Vuelta a parir otra vez!

¡Cuántas noches sin dormir!
¡Cuántos problemas agobiando!
El dinero no llegaba,
todos los meses contando.

¡Que no les falte nada a mis hijos!
¡Que estén bien alimentados!
Buenos filetes de carne, huevos, jamón y pescados,
de vez en cuando vitaminas y cucharadas de calcio,
¡que hay que ver como crecían!
¡Daban gloria contemplarlos!

Que vistan bien, a la moda,
a poder ser los zapatos y también la cazadora,
de las marcas que se anuncian en la tele a todas horas.
Que puedan siempre estudiar lo que yo nunca he estudiado,
y además: yudo, inglés, informática y piano.

Que los dientes de Julito parecen que están torcidos,
que los pies de Guillermito me han dicho que son muy planos,
que la niña, la pequeña, tiene algunas dioptrías,
que Luisito juega sólo ¡al psicólogo enseguida!

Y así, entre ortodoncia, plantillas, psicólogo y lentillas,
me iba de noche a la cama siempre sumando y restando,
intentando que llegase para todo
y el dinero, como siempre, no llegando.

Ahora ya, con el paso de los años mi cuerpo está cansado.
Mis cabellos han blanqueado,
mi piel reseca se arruga,
mi cintura ha engordado,
y cada vez más la artrosis la vida me está amargando.

Me deprimo muchas veces,
duermo mal, me siento sola, tengo el colesterol alto.
De noche pienso en mis hijos:
¿tendrán problemas? ¿serán felices?
Seguro que me lo ocultan y están sufriendo por algo.
¡Estoy tan orgullosa de ellos!...

¿Sabéis lo que al país esta madre ha aportado?
Un médico, un fontanero, un político, una azafata de vuelo,
más también, un abogado, un pintor y además, un empresario.
Y aunque ya no están conmigo, aún así sigo luchando.

¿Que creéis que hago ahora?
Voy a clase.
Quiero sacar el Graduado,
Para que estén orgullosos de mí y nunca me den de lado.
Porque ya les oí decir:
“¡Por Dios mamá!
Contigo sólo se puede hablar de la carne o el pescado,
de si sube la ternera o si baja el lenguado.”

Por eso estudio las mate, la geografía, 

la historia, y también algo de idioma.
Ya hago regla de tres y soluciono un quebrado
con tanta facilidad como me preparo un caldo.
Eso sí, me lo quito de dormir, no crean, me falta tiempo,
tengo siempre que cuidar de dos, tres o cuatro nietos.
¡Pero que satisfacción cuando saco un aprobado!

Y nos llamáis con desprecio “marujonas”...
Y os reís de nosotras por lo bajo.
Nos consideráis incultas, como seres secundarios.
Ya sé que tenéis estudios y estáis muy bien preparados
y que el mérito es vuestro porque habéis estudiado.
Por supuesto. ¿Quién discute lo contrario?

Pero no olvidéis muchos, que si habéis llegado alto,
también estas “marujonas” en ello han colaborado.
Que nosotras como madres para sacaros adelante,
¡Anda, que no hemos estudiado!
Y nadie nos dio un diploma ni un título ni una orla,
que pueda atestiguarlo.

Sin embargo...
¿Queréis que os diga una cosa?
Que no hay título más bello, más importante y más grande,
que el que nos dais vosotros cuando pronunciáis:
¡Madre!

           Maite García Romero

jueves, 31 de enero de 2008

EN EL ATARDECER DE MI EXISTENCIA

Pintura de M.C. Escher
 

 





















En este atardecer de mi existencia
cuando el silencio es dulce y casi nada asombra,
los disturbios de ansiedad que tanto me hicieron padecer
han remitido por su propia inercia.

Ya no tirito replegada en lamentos desgarradores de miedos
ni me siento prisionera de las patéticas orgías de mi sinrazón,
he soltado por fin el veneno que retorció mi vida,
he llegado a la alegría a través del dolor.

¿Podría decir que hoy encarno otro papel en la farsa de la vida?
¿Que ni el poder ni las ofertas de la religión
ni el temor a un infierno me intimida?
¿Podría decir que soy derrochadora de risas, de ternura y pasión,
y que me siento libre muy dentro de mí misma?
Sí, ahora soy yo, auténtica,
con mi frente calma y canosa y mi cuerpo a veces cansado,
pero serena, curtida, ilustrada por la vida.

¡Oh! ¡Cuántos años temiendo llegar a la vejez!
¡Cuántos años negando ante el espejo una evidencia!
¡Qué ridícula quimera!
La madurez no es sinónimo de olivos sin voz ni de cielos apagados.
Es opinión, pericia.
Es rutilante por sí misma.
La madurez saborea los placeres a un ritmo lento,
sin agobios, sin reyertas, sin prisas;
se contempla el amor con el mismo deleite de una obra bien hecha,
se intenta entender, se perdona, se ama…
Se desea.

Ahora contemplo la vida,
el aleteo de una mosca, el tráfico, una planta,
la cambiante coloración del mar.
Ya no pido imposible,
ni me importa perder o ganar,
he logrado la calma.


 Maite García Romero
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lunes, 16 de julio de 2007

BÚSQUEDA Y ENCUENTRO














Dejadme estar en esta isla que es mi mundo interno,
desde la cual percibo el rumor de mi volcán profundo,
cuya lava silenciosa me arrastra en aventura
de búsqueda y encuentro.
De amor enredado en las raíces del ancestro,
de sueños incomprendidos, de agonía y lamentos.

Y aquí, sola en mi orilla,
aislada y enlazada a mi ardiente laberinto,
no le temo a la penumbra que contemplo
ni a las nubes que despliegan sobre mí
el paso del silencio
ni al estandarte que intenta alinearme
con la bandada de pájaros siniestros,
uniformados de oro pero de lata sus cuerpos.
¡No quiero cruzar a esa orilla!

¡No! ¡Dejadme aquí!
Que ya oigo cantar a la vida.
Que ya intuyo en mí un nuevo nacimiento.


 Maite García Romero

23/05/1997

EL VÉRTIGO DEL SILENCIO


















!Basta! ¡No puedo más! Me ahogo.
Quiero salir de este infierno de cólera y celos
que me arrastra por pasadizos de inmundicias
y mutila mi alma atormentada.
Quiero hallar un claustro consolante.
Quiero llegar a la patria de los muertos.

Has sesgado mi vida con la guadaña de la falacia,
me has hundido en la miseria de los sentimientos más degradantes,
mis últimos anhelos se desvanecen en esta realidad
hermana de la muerte.
¿Sabes quien comparte mi cama y se revuelca con tal ardor que me provoca el llanto?
El despecho.
Sí, querido, ese es ahora mi amante.

Ese es el que me acoge en sus brazos ebrios
y besa mi garganta con fuego delirante.
El que con aliento apestado me obsequia con ridículas quimeras
que me sirven de bálsamos,
el que muestra sin ningún pudor mi desamparo;
mi alma descarnada, mi cuerpo que envejece.

El que después de un acto apasionado restablece mis fuerzas
con el falso alimento de un recuerdo endulzado.
Has abusado de mi debilidad, de mi inocencia.
Tu lava envenenada desgarra el gran vacío de mi mundo
y quema mis entrañas con la furia del veneno.
¿A causa de qué merezco esta condena?
¿Este abandono? ¿Esta deslealtad?

Creí haber hallado el germen que causaba mi razón de vivir
y me encuentro traspapelada en el cajón de la impiedad.
¿Por qué?
Y sigo sintiéndome esclava.
Y sigo sintiéndome prisionera de mi maldito tiempo.
Las olas de mi amargura se rompen en gritos desgarradores de súplicas.
Mi vida está gastada.
La traición ha roto mi última atadura con la tierra.

¡Qué espantosa realidad!

Y sé que debería levantarme y poner rumbo a otros puertos
de amaneceres mansos en el que mis ojos cansados vuelvan a brillar.
Y que debería doblegar mi alma atormentada
y correr en demanda de placer.
Pero, ¿cómo puedo pretender amar si estoy en el infierno?...

          Maite García Romero

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CUANDO TÚ SEAS MAYOR

Óleo de Frederick Childe Assam
















¡Maitita, por favor! ¿Otra vez llorando?
Pero hija si al colegio todos lo niños han de ir.
¿Para qué mamá?
Para aprender muchas cosas
en la vida hay que saber.
¿Saber...? ¿Y por qué?
¡Ay mi niña! Ven, vamos a ver:
Cuándo tú seas mayor
¿qué te gustaría ser?
¡Enfermera!
Para eso has de estudiar, mi vida,
primero has de ir al colegio y luego a la universidad.
¿Cuándo, mamá? ¿Cuándo iré a la universidad?
Mas adelante, cariño, cuando seas más mayor.
¿Voy a ser muy importante?
Claro, hija.
¿Y tendré un coche también?
Uno grande, muy bonito, para ir al hospital.
Y cuando tú estés malita me llamas ¿vale, mamá?
Por supuesto, vida mía.
Y te daré una pastilla, yo nunca te voy a pinchar.
¡Huy qué bien!
¡Con mi niña de mi alma que cuidada voy a estar!
Y te arroparé en la cama, y...
¡Y vamos a dejar ya de hablar!
Anda, coge la cartera.
Ufff... cada día pesa más.
Pero antes de salir una sonrisa a mamá... Así.
Y ahora un besote apretado.
Adiós hija.
Adiós mamá.

  Maite García Romero

domingo, 15 de julio de 2007

REÍR A LA VIDA

Joaquín Sorolla

















Quiero reír a la vida,
quiero reír y riendo
no daré paso ni entrada
a los tristes pensamientos.

Quiero reír con los niños,
quiero contagiar a los serios,
quiero que mi risa sea
para muchos un consuelo.

Quiero reírme de mí

y de angustias estaré exenta,
no quiero ser la mejor
sólo quiero estar contenta.

Quiero reír a las flores,
quiero reír como el viento,
quiero encontrar en la vida
sólo su lado más bello.

Y si mi risa se apaga
y oscuro todo lo veo
elevaré la mirada
y podré seguir riendo.


Maite García Romero

(28-II-1987)

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VIVIR, SOLAMENTE VIVIR

Óleo de Yonathan Sadowski

















Nací en la incertidumbre de un tiempo empobrecido que despierta
entre un cielo confuso y una tierra famélica.
En muy temprana hora con sigilo de sombra que se arrastra
fui agredida por el mal que espoleó mi cuerpo
y secuestró la risa de mi infancia.

Qué cosecha de miedos, de llantos, de agonías.
¡Dios que terrible aisl
amiento!
¡Que soledad infinita!

Mi anhelo era cruzar las nubes oscuras del dolor
y escuchar el encanto de un sonido que me invitara a jugar.
Deseaba corretear, brincar, retozar bañada por el sol.
¡Deseaba con todas mis fuerzas vivir!

Cien reptiles adormecidos despiertan en mi mente adolescente
enarbolando guirnaldas de fobias, remolinos de ansiedad.
El volcán del pánico me apresa;
los escrúpulos me ahogan;
la obsesión mordiente me atormenta.

No hay pausa

Me aplasta la impotencia,

no puedo levantarme,
mi vida se retuerce en la desesperanza.

Necesité de años para hacer tan gran camino.
Escalé y descendí por estados de ánimos,
retiré piedras frías por el miedo,
arranqué malezas, raíces, espinos.
sorteé mil obstáculos del pensamiento.

Y seguí andando.

Seguí esgrimiendo mi espada,
seguí tremolando mi empeño
en los más difíciles nudos de combates.

Y así me deslicé en silencio por un camino franco,
serena, curtida, sin temer ser herida.
La tristeza se rindió por fin al optimismo,
la obsesión se diluyó al alba,

los disturbios fueron barridos por el aire manso.

Y empecé a envolverme en sedas de alegría,
a maquillarme con el conocimiento de ser madre.
Admiré los cielos deslumbrantes sin nubes de tristeza
y en la quietud del otoño un día escuché mi risa
y otro día escuché mi voz,
que desde el principio había sido llanto.

        

 Maite García Romero
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viernes, 13 de julio de 2007

NATALIA

Óleo de Berthe Morisot

















Oh, mi niña...
Mi dulce Natalia...
Luz de blanca luna sube a tu mirada

y en ella refleja toda la belleza
que tiene tu alma.

¡Qué bonita eres!

Siempre tan alegre, tan linda.
Eres el premio a mi vida, hija.
Mi remanso de paz.
La suave brisa que alivia mi alma.


¡Qué bonita eres!

Ojos verde mar, manitas de nácar,
rodéame con tus brazos
si ves que mis ojos algún día lloran.


¡Qué bonita eres!

Y ahora, duerme, corazón de mamá.
Duerme ya, mi niña.
Oh... No me niegues nunca esa sonrisa...
¡Mi pequeña vida!
¡Hija de mi alma!



  Maite García Romero